Por Eduardo Wolovelsky
"La memoria tiene fuerza de gravedad, siempre nos atrae. Los que tienen memoria son capaces de vivir en el frágil tiempo presente, los que no la tienen no viven en ninguna parte."
Patricio Guzmán
La dictadura
El 13 de diciembre de 1979, en una conferencia de prensa, el entonces presidente y dictador de la Argentina, Jorge Rafael Videla, ante la pregunta de un periodista, sentenciaba: "Frente al desaparecido, en tanto esté como tal, es una incógnita, el desaparecido. Si el hombre apareciera tendría un tratamiento X, si la aparición se convirtiera en certeza de su fallecimiento tiene un tratamiento Z, pero mientras sea desaparecido no puede tener un tratamiento especial: es un desaparecido, no tiene entidad. No está ni muerto ni vivo, está desaparecido. Frente a eso no podemos hacer nada, atendemos al familiar". Puede que en ese momento Videla estuviese convencido de que jamás se establecería verdad alguna sobre los crímenes cometidos tras el golpe militar. En igual medida, su cinismo e hipocresía al hablar de democracia muestran que imaginaba el futuro de la Argentina condicionado y amañado por las imposiciones de su régimen. Si algún oráculo le hubiese anunciado en ese momento que algún día iba a ser juzgado, hubiese desechado el vaticinio por imposible, como si tal cosa fuese una violación a una ley fundamental de la naturaleza. Su hiriente e hipócrita forma de hablar sobre las personas a las que sabía había asesinado o mantenía secuestradas - que no lo haga personalmente no le quita ni un milímetro de responsabilidad - y su singular truculencia sobre la desaparición de personas cincelan su cosmovisión sobre la vida humana como destrucción. Ignora la memoria que se tiene sobre los otros, sobre los que nos precedieron o sobre los que alguna vez compartieron la existencia con nosotros y que le da sentido a nuestras vidas. Las palabras del dictador hacen imposible toda narración histórica reduciéndonos solo a una realidad biológica, porque sin memoria, con los recuerdos y los olvidos que la forman, no es posible habitar el mundo. Parafraseando a Joan-Carles Mèlich, podemos decir que la tragedia de la dictadura marca el sentido vital de la memoria porque es la única forma de residir en el devenir del tiempo. La memoria es el recuerdo del pasado, la crítica del presente y el anhelo del futuro. La dictadura con sus acciones y sus conceptos sobre la desaparición de las personas ha sido una cultura profundamente tanatológica. Para una sociedad democrática, la memoria, con todas sus difusas fronteras, no es una opción, es uno de los basamentos sobre los que se asienta su posibilidad.
La democracia
Recordar, para una sociedad, no es solo un ejercicio pasivo de recapitulación, implica la búsqueda de un conocimiento, de un saber fundamentado sobre lo que sucedió. Significa, para algunos, rememorar los males que vivieron; para otros, reconocer los padecimientos que ignoraron y para muchos cumplir las penas que la justicia les pudiese imponer por su culpa criminal. La memoria solo es posible con un trabajo de corte histórico que a veces implica avanzar como el cangrejo, hacia adelante pero con pasos dados hacia el costado para aclarar la mirada. En este sentido, tres acontecimientos decididos por el gobierno de Alfonsín cristalizaron el núcleo de conocimientos necesarios para cincelar la memoria de lo sucedido en el régimen dictatorial.
A tan solo cinco días de haber asumido como presidente firmó el decreto para crear la Comisión Nacional Sobre la Desaparición de Personas (CONADEP). Tras un intenso y desgarrador trabajo, al año siguiente, su presidente le entregó al ejecutivo el informe que, públicamente fue conocido como el Nunca más, libro publicado por Eudeba. Es uno de los más importantes documentos acerca de lo que ocurrió y por ello un pilar para la construcción de la democracia. En su prólogo, escrito por Ernesto Sábato, se lee:
"Las grandes calamidades son siempre aleccionadoras, y sin duda, el más terrible drama que en toda su historia sufrió la Nación durante el periodo que duró la dictadura militar iniciada en marzo de 1976, servirá para hacernos comprender que únicamente la democracia es capaz de preservar a un pueblo de semejante horror, que sólo ella puede mantener y salvar los sagrados y esenciales derechos de la criatura humana. Únicamente así podremos estar seguros de que NUNCA MÁS en nuestra patria se repetirán hechos que nos han hecho trágicamente famosos en el mundo civilizado."
Un año más tarde, el 14 de julio de 1985 se iniciaba el juicio a las juntas militares que, además del valor propio del hecho y de las condenas emititidas, significó un acto abierto a la memoria por los numerosos y difíciles testimonios que las víctimas del terrorismo de Estado nos legaron. Víctimas que sufrieron crímenes sostenidos por un aparato estatal que había sido jerárquica y burocráticamente armado a tal fin. Su importancia quedó sellada por algunas de las palabras del alegato final del fiscal Julio Strassera:
"Buscamos la paz basada en la violencia y exterminio de nuestros adversarios y fracasamos; buscamos la paz basada en el olvido y fracasamos; ésta es nuestra oportunidad de buscarla fundándonos en la memoria, no en el olvido, y en la justicia, no en la violencia. (...)
Señores jueces: quiero renunciar expresamente a toda pretensión de originalidad para cerrar esta requisitoria. Quiero utilizar una frase que no me pertenece, porque pertenece ya a todo el pueblo argentino. Señores jueces: "Nunca más"."
Años más tarde, en 1987, comenzó a funcionar dentro del Hospital Durand en la Ciudad de Buenos Aires el Banco Nacional de Datos Genéticos. Allí se almacenan las muestras de cientos de familiares de desaparecidos para realizar las pruebas sobre la identidad biológica de quienes son nietos recuperados y de otros parientes que fueron víctimas del terrorismo de Estado. Al igual que una biblioteca guarda conocimiento en forma de libros, el Banco Nacional de Datos Genéticos, atesora información en forma de huellas genéticas de todos los familiares de las personas desaparecidas por la última dictadura militar. Las pruebas genéticas desarrolladas por el equipo de la Dra. Mary-Claire King permitieron regresarle hasta el día de hoy la identidad a 133 nietos. Sin duda, una forma particular de recuperación de la memoria porque es justicia realizada en el presente.
La memoria
La memoria con todo su imperativo no puede ser sacralizada, ni decretada bajo el mandato de que el recuerdo y la rememoración nos protegen del mal para hacer de nosotros portadores del bien. Este es un riesgo cierto que las democracias deben saber enfrentar con lucidez. Nunca más es una valiosa expresión, una directriz que solo puede ser un deseo, porque cuando se lo transforma en escudo protector conlleva el olvido, vuelve a la memoria pesada y estéril. Sin memoria el bien no es posible, pero esa misma memoria no lo garantiza. Como afirma Richard Bernstein: “ Queremos saber por qué algunos individuos eligen el mal y otros lo resisten. Queremos saber por qué algunos individuos adoptan máximas buenas y otros máximas malas. Hay mucho que decir sobre la historia personal, la formación, el carácter, las circunstancias, etc. (...) Pero nunca se llega a una explicación completa de por qué los individuos eligen como eligen. Siempre hay un “agujero negro”, en nuestras explicaciones”. Pero esto de inescrutable, esta incomprensión no es un vacío, por el contrario, es lo que vuelve a los seres humanos responsables de sus actos. No somos como imaginan las dictaduras y los totalitarismos, engranajes de una megamáquina. La memoria sobre el mal ocurrido es la posibilidad que tenemos de elegir un camino que no esté habitado por nuevas víctimas. Los testimonios del pasado, si no son convertidos en adorados becerros de oro, nos pueden iluminar y orientar en un mundo que se ha vuelto confuso y, a fuerza de una caótica sobreabundancia de información, un tanto desmemoriado...
Aquí, en este breve momento y en este generoso espacio, recuperamos ese difícil y cruel pasado para pensarlo y para que ese recuerdo pueda ser el motor de un mundo plural y democrático desde donde habitar el frágil presente y vislumbrar el desconocido e impreciso futuro.